martes, 9 de noviembre de 2010
Nuevos santos y creencias
El hombre a lo largo de la historia, ha creado no nada más a los dioses, sino a toda una multitud de protectores para este andar tan fugaz.
“Doy gracias al Santo Niño de Atocha porque salvó a mi hija de una epidemia de partos que pasó por el pueblo”. La pared de otra Iglesia: en el exvoto se agradece a San Pánfilo que se apagara el fuego del tractorcito cuando ya se andaba incendiando. Cerca, hay otra lámina en que debajo del dibujo de una balacera, la madre da las gracias a la Virgen porque salió con bien su hijo del asalto a un banco. Arte popular, dicen. La expresión de una religiosidad sencilla, liviana sólo en apariencia, sin duda.
Vivir trae cosida una certeza: moriremos. Por eso la vida y la muerte son dos de las tres heridas con las que llegamos, dice Miguel Hernández. La otra es el amor. Y lo malo de la muerte es su contundencia, el brutal cese de lo que era calor, palabra, abrazo, mirada y movimiento. Vivir mata; sólo y solo se muere el que vive y, entonces, andar vivo es duro pues la vida es frágil, apenas un hilo si se le mira bien. Para colmo, si al final está la muerte, ¿quién nos ampara?
Las religiones, los mitos y hasta la ciencia dan (o tratan de darle) cara a la muerte. Ese es el problema crucial de la vida. No se sabe siempre. Hay algunos años de gracia y otros de ignorancia, mas de pronto ocurre que uno crece – eso es, en serio, crecer: llevar lo mortal que somos en la médula de la memoria, saberlo de fijo. Conduce a la pena pero también a crear. Hay quien afirma que Dios creó al hombre. Es cuestión de fe. Lo que no es cuestión de fe, tal vez, sino de saber mirar las cosas con reposo, es que los hombres, a lo largo de la historia, han creado no nada más a los dioses, sino a toda una multitud de protectores para este andar tan fugaz. No dura vivir. Se puede acabar en la cuenta de uno sin llegar a dos. Así de plano.
Porque a solas, sin abogado que interceda con El que Manda y Sabe Todo, ayunos de un ser tutelar (animal, persona, patrón, patrona, santo, familiar del Hacedor de este mundo y de los otros, un valiente que no le dio la espalda a la huesuda y se burló de todo), sin un ser así que nos acompañe y dé cobijo, al cual llamar (advocar), que interceda por nosotros como abogado bueno, o nos convide sus potencias para no estar desolados y sin fuerza para andar “en este valle de lágrimas”, a sabiendas que “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir” canta Manrique… vaya, porque la vida pesa y calan sus filos y para acabarla de amolar se acaba sin saber si continúa, no desde hace dos siglos, sino desde mucho antes, hemos creado compañeros de andanzas, pesares, infortunios y alegrías. Hace dos siglos quizá cambiaron de nombre, pero ya estaban con esos que son de los que venimos a vivir. De los dos lados nos viene la querencia o necesidad de valedores.
Estas creaciones nos juntan cuando estamos aislados o para no estarlo –somos los que compartimos los favores de un patrón o una Señora muy poderosa: “No hizo igual con nación alguna” se dice de la preferencia de la Virgen de Guadalupe por su pueblo. Más que juntos, religados. Acompaña su imagen, como bandera, una rebelión que celebramos y hay quien dice que no somos tanto cristianos, más bien guadalupanos. ¿Será? Y santeros, de los oficiales y de los pirata; de los de Roma y los de los caminos de la vida, pues nunca son como los pensábamos. De los del santoral –que fueron primero leyenda– y de los de la leyenda que no llegan al santoral. Digo, si hasta Diego tiene iglesia a modo de mano de Dios.
Cuántas aristas tiene esto que llamamos religión. Muchas. Una es atender a esa religiosidad no ortodoxa del todo, pero fronteriza con lo permitido. La que procura amparo y compañía: que nos adopte un santo o que nosotros lo adoptemos para no andar sin un “detente” a las balas, los federales, la Migra, la DEA o el dolor.
Andan los albañiles confiando en el andamio que cruje pues los cuida la Santa Cruz. Y San José a los carpinteros. Lástima que el Papa anterior, tan taquillero, haya sido severísimo en eso de limpiar la lista de los santos que no valen: se despachó, por ejemplo, a San Cristóbal, patrono y protector de los choferes. ¿Quién, de mis años, no recuerda su estampa del gigante (pasando al Niño Dios de un lado al otro del río) en el autobús Flecha Amarilla, o en el taxi, al ladito del volante? Y con él se fue San Jorge y el Dragón. Dizque porque los dragones no existen. El argumento no deja de ser pobre, en tratándose de existencias que, ya muertas, ayudan a los vivos. En fin.
Vivir es peligroso, y más para los sicarios: tienen su Virgen en Colombia; acá, no les falta Malverde a los narcos y aunque la Iglesia mande decir que no, pues miles de miles tienen como colega a la Santa Muerte para que les ayude en la vida. En el barrio bravo hay constancia.
Súbase usted un 28 de octubre al Metro rumbo a la estación Hidalgo: hay el doble de pasajeros, pero no más se paga un boleto. Cada uno lleva una figura de San judas Tadeo. Ese sí que es bueno: cuando han fallado todos, atiende a las causas difíciles y desesperadas. Patrones tienen los músicos, los galenos; sin la Virgen de la Macarena cerca no se sale a torear confiado. Y cada pueblo, porque tiene capillita, tiene a un Santo Protector. San Jerónimo a ese mismo. Yajalón, en Chiapas, a Santiago Apóstol. Un día me dejó un sacerdote mirar de cerca la imagen y, bajo sus ropas, había otras figuras. Sincretismo, santos patrones y los llamados ídolos, tan semejantes, combinados: la misma necesidad: un señor o una señora que nos ampare a nosotros, los que somos de aquí, los que tocamos música, los que necesitamos —anda San Isidro— un poco de agua para la cosecha, no tanta como en este año. La Virgen de la Caridad del Cobre es cubana, y no importa para ellos que ande con Changó. Fidel usa Escapulario
Manuel Gil Antón
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