lunes, 23 de agosto de 2010

La responsabilidad


Responsable: 1. adj. Obligado a responder de algo o por alguien. U. t. c. s.
Responsabilidad: 1. f. Cualidad de responsable.
Responder: (Del lat. respondĕre). 4. tr. Dicho de un animal: Corresponder con su voz a la de los otros de su especie o al reclamo artificial que la imita.
11. intr. Reaccionar, acusar el efecto que se desea o pretende.

Es usual decir que los humanos somos responsables de nuestras acciones y de nuestras omisiones. En una sociedad de personas libres, es claro que los individuos respondemos ante los demás de nuestros propios actos. Si por alguna razón, el vínculo entre las conductas efectuadas y las respuestas exigidas se rompen, toda la estructura de la convivencia social empieza a colapsarse.

La exigencia de responder ante los demás de nuestros actos es esencial para mantener la sociedad. Esto es cierto aun entre animales tan alejados de nosotros como los insectos, cuyas conductas son en gran parte instintivas.

En los dos artículos siguientes podemos observar la enorme importancia de la responsabilidad en la convivencia de los seres sociales. Un artículo en donde se plantea la necesidad de que todos los mexicanos, aun los grandes prelados católicos, respondan de sus actos y otro en el que se observa como las avispas exigen de sus congéneres una respuesta congruente con su apariencia y si no lo hacen son castigadas, es decir se les exige responsabilidad.

Roberto Blum

1. Maneras de celebrar
Jacobo Zabludovsky
El Universal México D.F.

Lunes 23 de agosto de 2010

En vísperas de las fiestas patrias, dos Méxicos muestran en sus preparativos las ideas que rigen sus conductas.
Por una parte el gobierno federal en un disperso proyecto que echa en la misma olla monumentos ridículos y costosos, espectáculos chabacanos importados a precios de oro y mojigangas irrespetuosas con el tono de superficialidad que caracteriza a sus organizadores.
Por el otro, sin proponérselo como acto conmemorativo pero coincidente con ellos, se produce algo que tiene la trascendencia profunda de lo que transforma a una sociedad para mejorarla. Estas fiestas no pasarán a la historia por lo que ocurra en calles y plazas, sino por lo que se está debatiendo desde el lunes pasado ante los tribunales: la definición de nuestra manera de vivir y de nuestro futuro.
La conducta de Marcelo Ebrard va más allá de lo que pudiera considerarse un incidente personal entre un funcionario público y un clérigo. Ciertamente la causa fue una declaración del señor Juan Sandoval Íñiguez, cardenal de Guadalajara, quien acusó a los ministros de la Suprema Corte de haber sido maiceados por el señor Ebrard para avalar la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo. El jefe de Gobierno le exige pruebas. Y el proceso comienza sin saberse cuándo ni cómo terminará.
Importa la sentencia, desde luego, pero el propósito se logró: Marcelo le ha hecho un gran servicio al país al denunciar ante un juez a un funcionario religioso que como cualquier ciudadano está obligado a cumplir la ley. El que acusa debe sustentar con pruebas su afirmación. Y el proceso seguirá su curso, como cualquiera otro, aunque estamos en presencia de una primera vez histórica: el jefe de Gobierno de la capital de la república acude al tribunal para exigir a un cardenal de la Iglesia católica que responda de sus palabras. Un ciudadano frente a otro ciudadano.
Lo que Ebrard aporta a las fiestas patrias, sin esa intención pero como beneficio colateral, es impedir se tuerza la intención libertaria y democrática de los autores de nuestras leyes e instituciones. Las leyes sobre el aborto, los matrimonios de homosexuales y el derecho a que adopten niños son formas de humanizar la relación entre los grupos sociales, sacando de las sombras a minorías satanizadas, integrándolas a un mundo en constante evolución, normalizando su vida en el entendimiento y la tolerancia de los demás. Esa ha sido hasta el momento la única idea inteligente en este tianguis monumental de errores festivaleros, en medio de la confusión entre las lentejuelas de la patriotería y la austeridad del patriotismo.
El señor Sandoval no está de acuerdo. Es natural. Es congruente con lo que representa y defiende. Pero lanzar piedras a casas ajenas cuando la propia tiene techo de vidrio resulta contraproducente. Es innecesario documentar delitos cometidos por religiosos que en los últimos años han indignado a la opinión pública mundial, para recomendar cautela. No se trata de eso, por lo menos no en este Bucareli.
Se trata de la libertad de vivir, la libertad dentro de leyes y principios fundamentales de la justicia heredados del derecho romano: vivir honestamente, no dañar a otro y dar a cada quien lo que le corresponde. Eso es lo que los mexicanos debemos defender y la mejor manera de hacerlo es ensanchar el espacio para cada uno de esos preceptos.
Supongo que el señor Ebrard acudió al juzgado sabiendo las consecuencias de su postura sin precedentes ante jerarcas de la religión que profesan muchos de sus posibles votantes. La carrera por las postulaciones ya está desatada. Ebrard debe haber previsto el peligro de esta pérdida de apoyo, pero la historia nos enseña que desde hace 150 años los mexicanos han sostenido una constante lucha en defensa del Estado laico ante el ataque constante de quienes pretenden recuperar privilegios irreversiblemente desaparecidos. Han sido mexicanos católicos quienes nos dieron, algunos a costa de su vida, el estado laico. Benito Juárez es el gran ejemplo a seguir.
El paso dado por Ebrard no es la movida de un peón en el tablero de la política efímera. Es una declaración de principios ante el embate de un sector poderoso que evoca su originaria afición a la pesca tratando de ejercerla en este río revuelto y desmadrado en que sobrevivimos los mexicanos. Ahora o nunca, porque la ocasión se va con este gobierno.
Se trata de mantener firme el timón de la autoridad institucional frente al aviso de un golpe de Estado en las tinieblas. Ese es el peligro inminente. Otro asunto es la soberbia y los malos modos de quienes juraron entregarse eternamente en cuerpo y alma a la humildad y la prudencia.
Y al amor al prójimo.

2. Painted Paper Wasps Punish Phonies
A new study suggests wasps bully peers that misrepresent their fighting abilities
By Ferris Jabr
Scientific American

August 20, 2010

Before a fight, many animals size up their opponents—however briefly. Even a once-over can provide crucial information about whether to stay and risk injury or turn and flee. Some animals have evolved telltale signs or behaviors that allow them to efficiently judge one another's strength and avoid any unnecessarily costly battles. Deer assess their peers' antlers, and some birds and lizards intimidate one another with prominent patches of color.
But what evolutionary pressures prevent an animal from deceiving its peers by looking like a bully when it's really a pushover? A new study published August 19 in Current Biology suggests that paper wasps control for this kind of deception using social punishment. Wasps beat up phonies.
To help establish stable hierarchies of dominance, highly social paper wasps called Polistes dominulus rely on distinct facial markings—bold black tattoos on their bright yellow faces. Dominant wasps display more fragmented facial patterns than submissive wasps, and the insects use these markings to determine who should submit to whom.
"They're kind of like karate belts for the wasps," says Elizabeth Tibbetts, a biologist at the University of Michigan, Ann Arbor, and lead author of the study. "If someone wears a black belt, they are saying they are a good fighter, but you could imagine someone choosing to wear a belt of any color, even if they're not that good." Wasps can't change their faces at will, Tibbetts points out, but an advantageous mutation could plausibly create cheaters that boast talents they do not have.
To investigate how wasps read one another's faces, Tibbetts turned to some standard laboratory tools—paintbrushes and ink. She painted the faces of one group of paper wasps so that they advertised stronger fighting abilities than they really possessed. For the control group, she simply painted over the markings inherent in the wasps' faces, without changing their patterns. She also gave some wasps a hormone that made them more aggressive and others a hormone that did not change their behavior. Tibbetts then set up a series of duels, each between two wasps that had never met before: one wasp had been manipulated in some way and the other wasp's face and behavior were completely unaltered. She observed each match for two hours, waiting to see who would establish dominance—during which one wasp finally mounts and subdues another.
Any of Tibbetts's manipulations that interfered with the usual facial reflection of fighting abilities also interfered with the wasps' normal social interactions, preventing them from establishing typical social hierarchies. Wasps with gentle faces that behaved aggressively because of the hormone treatment had a lot of trouble convincing their rivals to submit. And the submissive wasps to which Tibbetts applied intimidating makeup were bullied again and again. As soon as their opponents discovered their deception, they were punished.
Tibbetts thinks this kind of social punishment could be particularly useful in long-term contests over valuable resources, during which wasps have the opportunity to repeatedly test the accuracy of their rivals' markings.
"Punishment not only hurts the cheater but provides a benefit to the punisher," Tibbetts says. "Over the course of the interaction, the punisher realizes that maybe their opponent's signal is not accurate. If they trusted the signal, they would have lost out."

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