¿Hay alguna base sobre la cuál asentar nuestra responsabilidad, entendida como comportamiento ético? ¿Cuál? ¿La herencia, la costumbre, la rutina, la historia, la revelación, la fe, el miedo? Parece que lo que está fuera de toda duda es que tenemos que ser responsables; que ser responsables y comportarnos éticamente viene a ser lo mismo; que ser responsables y adoptar un comportamiento ético es responder de nosotros: de nuestras ideas, nuestras palabras, nuestras acciones, nuestras omisiones y nuestras actitudes. ¿Ante quien? Primero, ante nosotros mismos; después, ante los demás. La irresponsabilidad es la levadura del caos social. Nuestra responsabilidad supone nuestra libertad y el buen uso de la misma. También supone el respeto a la libertad de los otros. Aunque tengan su razón de ser, no parece convincente que la base de nuestra responsabilidad y de nuestro comportamiento ético lo constituyan la herencia, la costumbre, la rutina o la historia. Ni siquiera la fe. Menos aún el miedo. Se me ocurre –y lo que voy a decir solo es una opinión personal– que la base de nuestra responsabilidad y de nuestro comportamiento ético es nuestra propia naturaleza de individuos humanos y sociales. Digo naturaleza y no simple condición. Una naturaleza racional, capaz de ver, prever, pesar y asumir consecuencias. En el fondo de nuestra naturaleza radica nuestro deseo de sobrevivir, de no destruirnos, de salir adelante como individuos y como especie. La violencia y la inseguridad que la misma genera solo pueden explicarse como atrofia de aquello que nos constituye en lo que somos y en lo que debemos ser.
Amable Sánchez
viernes, 18 de septiembre de 2009
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