Generosidad, gratitud y perdón. Tres virtudes que deberían mantenerse y cultivarse continuamente y en actitud recíproca. ¿Quién es tan pobre que no tenga algo que dar? ¿Quién tan autosuficiente que no tenga algo que agradecer? ¿Quién tan santo que no tenga que pedir perdón y quién tan rencoroso que no esté dispuesto a otorgarlo? Bastaría este firme trípode para cimentar sobre él la armonía, la belleza, la estabilidad y el desarrollo de cualquier relación humana personal y de la sociedad misma. Desde que nacemos vivimos en situación de dependencia. ¿De qué podemos jactarnos entonces? Todo lo esencial nos lo han dado desde el principio. Lo nuestro –nuestra responsabilidad– es desarrollarlo. Si desde el principio prácticamente todo nos lo han dado, ¿por qué tenemos que ser tacaños, y no dar y darnos también, con una generosidad que al mismo tiempo sea una muestra de agradecimiento? En cuanto al perdón, debemos distinguir, como mínimo, entre el perdón que se pide y el perdón que se otorga: se trata, pues, de una especie de perdón de doble vía. Ambas actitudes ennoblecen: pedirlo no humilla –aunque sí hace humilde– al que lo pide, y otorgarlo no hace más débil, sino más fuerte, al que lo otorga. Esto significa que no hemos nacido para perder, sino solo para ganar y ganar siempre. (Es algo de lo que se me ocurre en el Día de Acción de Gracias).
Amable Sánchez
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