Cuando ya no te quede arena, ni papel, ni pergamino, ni corteza, ni nubes, ni viento donde escribir, sigue escribiendo en las líneas de tu propia mano. Después lee despacio, corrige tranquilo cuanto tengas que corregir, pide perdón si el caso lo amerita, y no te asustes de tu verdad ni de ninguna otra.
Amable Sánchez
miércoles, 23 de junio de 2010
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