Todos solemos ser hipócritas alguna vez, pero no todos en el mismo grado. En este sentido, nuestra diferencia con los poderosos es cuantitativa y cualitativa: como cuantitativa, ellos tienen el privilegio de poder ser mucho más hipócritas que el común de los mortales y más impunemente; como cualitativa, su hipocresía se les puede convertir en aplauso, publicidad y hasta fama favorable. Por eso nada tiene de extraño que el mundo ande tan de cabeza.
Amable Sánchez
lunes, 5 de octubre de 2009
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