Según Prensa Libre del martes 4 de agosto, el día anterior el presidente del Congreso comenzó la sesión plenaria con estas palabras: “La junta directiva no va a iniciar ningún proceso, de acuerdo con el artículo 67 de la Ley Orgánica, pero sí quisiera hacer un llamado a la reflexión al honorable pleno y a la junta directiva, en relación con el debate, para conducirse con decoro”. Eso de que “la junta directiva no va a iniciar ningún proceso” significa que llueve sobre mojado: mojado por un chaparrón que recordamos, lamentamos y condenamos todos, aunque el propio Congreso no lo haga.
En Mateo 10, 42 se dice: “… el que diere de beber a uno de estos pequeños solo un vaso de agua fresca en razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa”. Pero no es lo mismo darle un vaso de agua a un sediento que tirársela a la cara a un contrincante. Parece que el contrincante acuagredido, agresor antes, trató de dramatizar el acto diciendo que en el Congreso podían hasta mentarse la madre, pero que eso de tirar agua era otra cosa. Claro. Más si se hace sin decir agua va, y sobre todo si el agua, en lugar de ser clara y limpia, tiene ciertos infusorios dañinos, e incluso sapos y culebras.
Como se ve, no habrá sanción ni proceso. ¿Bastará un simple llamado a la reflexión para que en los debates los congresistas se conduzcan con decoro? ¡Quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum: qué bueno y agradable es que los hermanos permanezcan unidos…! Ya sabemos que no se puede aspirar a tanto. Menos en el Congreso. ¡Pero siquiera el decoro! El decoro, que no debe ser simplemente decorativo. El decoro, que es tanto como el honor, el respeto, la dignidad, el nivel mínimo de calidad de vida, según el propio Diccionario de la lengua española, de la RAE.
Amable Sánchez
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