Darwin pensaba que la gente nacía para ser moral y apoyaba esta idea en su observación del comportamiento de los animales. Relata cómo un perro al que conocía nunca pasaba cerca de un canasto en el que había un gato enfermo sin lamerlo unas cuantas veces. Esto, sostiene Darwin, es una clara señal de los tiernos sentimientos del perro.
El reconocido primatólogo Frans de Waal escribió que, si bien los chimpancés (Pan Troglodytes) son nuestra imagen demoniaca, los bonobos (Pan Paniscus) podrían ser nuestro rostro angélico. Y sigue: “Si bien aquéllos resuelven sus diferencias sexuales mediante la agresión, éstos resuelven sus conflictos de poder mediante el sexo”.
Actualmente los expertos han descubierto que, al hacer un escaneo del cerebro de algunas personas y observar sus respuestas a los dilemas morales que se les plantean, el estímulo activa centros emocionales localizados en lo profundo del cerebro. En lugar de ser fenómenos que radican en la superficie de nuestra neo-corteza, como pudiera esperarse, la toma de decisiones morales es más bien el resultado de los millones de años de evolución que hemos vivido como animales sociales.
Quizás esto parezca obvio, pero sin duda contradice la idea de que la moralidad es algo reciente, de que su origen está en la religión, y de que se manifiesta como el resultado de una delgada capa cultural.
Roberto Blum
martes, 19 de mayo de 2009
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